martes, 5 de abril de 2011

Over Kill - Feel the Fire - 1985



1. Raise the Dead (4:18)
2. Rotten to the Core (5:00)
3. There's No Tomorrow (3:23)
4. Second Son (3:54)
5. Hammerhead (4:02)
6. Feel the Fire (5:52)
7. Blood and Iron (2:41)
8. Kill at Command (4:48)
9. Overkill (3
:28)
10. Sonic Reducer (Dead Boys cover) (2:51
)





Las primeras ondas sonoras de puro Thrash Metal se dice que vinieron de New Jersey. Según su datación, la banda que las emitió se habría adelantado por un año a la jugada del primero de los Cuatro Jinetes (Metallica) y por ende al resto de titanes de ese género, en un 1980 que les vio iniciarse envileciendo y acelerando en los escenarios canciones de antecesores directos suyos como Motörhead y Judas Priest.
Ese grupo era y es Overkill, que pese a ser los pioneros del Thrash (junto con Exodus, otros gurús del movimiento), nunca gozaron del status que ello requería, apareciendo en los rankings siempre varios puestos por debajo de los cuatro nombres clave de esta disciplina (Metallica, Slayer, Anthrax y Megadeth). Aún así, su nombre adquirió una notable reputación en la escena, nombre que tomado de aquel himno de Motörhead estampó la fluorescencia de sus verdes caracteres en la tela vaquera de más de una chepa de la comuna headbanger, siendo huésped ilustre entre el icónico santuario de parches, y uno de los símbolos más vinculados al fulminante hilo musical que atronó los tímpanos de aquellos años en los que se gestó esta leyenda aún viva y activa.
Fundada por la rápida y potente base rítmica que aunaron D.D. Verni y Rat Skates al bajo y a la batería respectivamente, la máquina Overkill ensambló en su estructura al guitarrista Bobby Gustafson y al vocalista Bobby "Blitz" Ellsworth. Los dos ‘Bobbies’ darían que hablar, el acuchillante riffing de Gustafson y la corrosiva estridencia de Blitz frente al micrófono terminarían de definir el sonido del conjunto, un suculento híbrido Speed/Thrash que no se despojaba de cierta impronta Heavy, la de aquellos maestros que la banda versionaba como ritual iniciático sobre los primeros escenarios donde aterrizaron.
En 1983 lanzaron su primera demo, Power in Black, y en noviembre del año siguiente un EP llamado como la banda, donde por primera vez colorearían su logo con esa fosforescencia como radiactiva que es ya hoy tradicional, también figurando en el listado de este trabajo su futuro himno Rotten to the Core como apertura. La bestia iba tomando forma…
En el mismo año sacaron otra demo de tres temas, dos de ellos en directo, llamada Feel the Fire, el mismo nombre con el que bautizarían lo que por fin pudo ser su primer LP, el que da razón de ser a esta reseña y el que para muchos es referencia obligada para entender el Thrash Metal desde su mismo génesis.
Y qué gráfico y tangible ese ambiente terrorífico que recrean desde que el disco empieza a girar, con esa losa de mármol que se desliza y cae, haciéndose añicos lo que era la tapa de una tumba ahora abierta por su morador, al que luego se le escucha jadear, manotear y arrastrarse torpemente hasta que nos sobresalta el estruendo del primer acorde de Raise the Dead. Corriendo como un reguero de pólvora en ignición, las púas arañan a lo largo de los mástiles y pasamos a la acción, al primer sprint de esta infernal dinámica que propulsa Feel the Fire.
Raise the Dead luce los elegantes andares del Metal más tradicional, pero salpicado de incendiarios ademanes muy thrashers, tanto en ciertas frases de batería, tan atronadoras como la que da el pistoletazo a la primera carrera, como en esos primeros solos con el que Gustafson nos electrocuta los tímpanos. De Blitz, me encanta cómo rechinan en su gaznate esos alaridos del final, al igual que esa risita de hiena con la que presenta el gran clásico Rotten to the Core que salta a continuación, un himno devastador que ya muestra al cien por cien lo que iba a ser eso que llamaban Thrash: Riffs segadores, doble pedal a pulso de pistones y estribillos coreados a martillazos de rauca sílaba. ¡Cuán violenta delicia!.
De There’s No Tomorrow me sorprende esa calma arpegiada entre tanta tralla, páramo donde Blitz no está muy presentable que digamos y no porque los amansamientos se les den mal (en el transcurso del álbum se demostrará que no). Justo a continuación de ese páramo de acústicas, la banda recarga sus pilas trepando por el pentagrama a violentos impulsos, hasta que nos brindan un demencial arrebato de guitarras solistas muy al temperamento y usanza de los Maiden del Killers, pero con la inestimable presencia del doble bombo de Rat. Esa forma de catapultarnos a los solos se repite en Second Son pero con mucha más notoria influencia maideniana, incluso toda la canción tiene cierto feeling esta vez del Powerslave, tanto en la forma de empujar de los riffs y su cuasimelódica línea vocal en el verso como en el trepidante desarrollo instrumental que nos puntea luego el virtuoso Gustafson, fluyendo todo como una especie de Flash of the Blade en clave de Thrash.
Tan aplastante como su propio nombre, Hammerhead se abre paso a rasgueo amordazado, como una apisonadora de alta velocidad que convierte todo su ser en tan pura intensidad y solidez que cada uno de sus más mínimos detalles son como un tiro en la frente, como ese zumbante “uh!” [0:59] con el que Blitz remata el primer estribillo, sirviendo de potente propulsor del siguiente tramo de canción. A veces los más mínimos aderezos son los más decisivos.
En el marcado trote casi perenne del tema-título, Feel the Fire, se condensa una épica muy Heavy, tan Heavy como el festival de solos que también se da aquí, fabuloso como el amenazante pasaje que lo precede mediante guitarras que palpitan con la sola compañía del mandato inquisidor de Blitz y las precisas tildes de la base rítmica. No puede quedarse en el tintero la expresividad tan histriónica y gamberra con la que el cantante interpreta este title-track, un demente regalo para los oídos.
”All right donors! Donate!!!”: Gracioso slogan que berrea Blitz durante esa persecución a cien por hora que es Blood and Iron, emprendida por la sed de sangre que el grupo confiesa en la letra y festejada por su ferviente riff, una mutación Rock-Thrash muy contagiosa. ¡Y cómo ruge Blitz cada condenado “Iron” que infecta el texto!. Con el prieto riff de tresillo que entorcha los primeros segmentos del atronador Kill at Command, lo que menos se espera el oyente es que en la misma canción vaya a vivir los momentos más emotivos de todo el álbum, gracias al mágico pasaje que arriba bien entrados los tres minutos, presentado por un primer solo que nos derrite con sus sentidas bajadas, pero que es sólo el comienzo del éxtasis que regentarán las intrincadas melodías que a veloz tempo descargará el hacha Gustafson.
La autoalusiva Overkill pide pista con sus tenues intermitencias, que son las puntiagudas notas de un riff que a solas va emergiendo de entre la inquietante ventisca que se oye soplar, hasta que se le suma el tono desafiante y misterioso del front-man. Otro clásico relampagueante, de rugientes estribillos, hirientes como esos “Kill!” que ladra Bobby “Blitz” en el final, desgañitándose como luego hace en el enloquecedor Sonic Reducer, canción de cierre donde la banda muestra sus raíces Punk al versionar el clásico de los exhibicionistas Dead Boys, gamberros punkrockers de mediados de los ’70.
En alusión a ese cover, cierto es que tanto los founder members de Overkill (Verni y Skates) como su cantante (Blitz), cada uno por su lado perdieron sus dientes de leche en plena corriente Punk. Tanto es así, que a parte de haber formado antes que Overkill una banda punketa que se llamó The Lubricunts (el nombrecito se las traía), los fundadores de ambas tomaron sus pseudónimos de miembros de los Ramones (que también versionaban en sus inicios), mientras que “Blitz” extrajo su apodo monosílabo del batería de aquel grupo que en este LP versionaban como fin de fiesta. Asombrosa la evolución que tomaron luego, y de agradecer, sin ánimo de menospreciar esa subcultura de las crestas y los imperdibles.
Overkill tampoco eran de la Bay Area, egregia cuna del Thrash, pero el hoy mítico sello Megaforce se fijó en ellos para hacer posible este disco debut que comenzó a ser presentado por la banda, haciendo ésta de teloneros tanto de Megadeth en el Peace Sells US Tour como de Anthrax y Agent Steel en Europa.
Sin subírseles nunca a la cabeza el ser esa intrincada maquinaria perfecta que fueron y son, la seria dedicación en su música no estaba reñida con las travesuras que también se permitían, siendo el buen humor otra seña de identidad de la banda americana, recayendo esa chispa más en el vocalista que en los demás. Como dato curioso, en las versiones originales en vinilo y casete de este álbum hay un mensaje que grabó al revés Bobby “Blitz”, y que dice: “No hay ningún mensaje aquí, vas a estropear tu aguja, ¡gilipollas!”. Me imagino al melenudo de turno frente a su tocadiscos, girando al contrario su vinilo en la soledad de su dormitorio, esperando con ansia y misterio el mandato infernal de sus ídolos, hasta escuchar el mensajazo y quedar para sí como eso… un gilipollas. Lo que os decía, muy grandes estos tíos, a todos los niveles.
Sin más, me queda recomendar encarecidamente esta obra maestra del Thrash yanqui, la justa decena de temas que se despachaban en aquella época, condimentada con su propia magia, firmada por todo un referente del Metal que sin ser multiplatino se perpetuó en la memoria colectiva del público thrasher generación tras generación. Y lo mejor de todo es que después de 30 años siguen los de New Jersey tronchando pescuezos con sus riffs aserradores y sus bases de locomotora. Mis respetos hacia este icono del género, sientan su fuego, camaradas .

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